domingo, 26 de mayo de 2013

París



El primer gran viaje de este año ha sido a París. Era un viaje que teníamos pendiente hace un tiempo y por fin llegó. Eduardo lleva allí un año y medio, y llevábamos todo ese tiempo prometiéndole que iríamos, pero entre la(s) boda(s) y el cambio de trabajo, no fue posible antes.
El tiempo este año está siendo un horror, no parece que vaya a terminar de llegar el buen tiempo nunca, así que en París nos hizo el tiempo esperado, gris, nubes y un buen chaparrón. Mi recuerdo de París, de la primera vez que estuve allá por 2005 con mi hermana, es de que era un ciudad muy gris, sin sol, y esta vez, vuelvo con la misma impresión, aún no soy capaz de entender por qué lo llaman la ciudad de la luz.
Como los dos conocíamos París, nos lo hemos tomado con más calma, que también queríamos descansar, y hemos ido a sitios que ninguno conocía (como Versalles) o caprichos (como Eurodisney).
Fuimos al aeropuerto directamente desde el trabajo y llegamos allí sobre las 8, Eduardo nos esperaba en el metro, dejamos las cosas en su casa y nos fuimos a cenar a un sitio donde hacían fondue de queso, muy rico todo; buen comienzo de viaje. Después salimos con los amigos de Edu y después a dormir, que el sábado tocaba madrugar.
Costó despertarse, pero siempre se levanta uno con ganas si el plan es bueno, ¡y a nosotros nos tocaba día Disney!  
Fue un gran día, hacía fresco, pero íbamos bien abrigados, y así había menos gente en el parque. Como allí todo es caro, nos compramos unos bocadillos antes de ir (que luego tuvimos que pasar dentro del abrigo, porque las mochilas las pasan por un escáner en la entrada del parque).
Una amiga de Eduardo que trabaja allí nos regalaba 3 entradas, así que sólo teníamos que comprar una, entre 4 no era tanto gasto, pero aún así, Disney es muy caro, la entrada de día costaba 80€. Así que tocaba hacer cola,y mientras estábamos allí, nos regalaron una entrada. Las nuestras eran con “fast pass” (es un pase rápido para las atracciones, se reserva una hora y casi no hay que hacer cola para entrar), pero si la cuarta era regalada no le íbamos a hacer ascos. Por si acaso, probamos y, sí, era nuestro día de suerte, la cuarta entrada también era con “fast pass”.  

Montamos en un montón de cosas, pero la que más nos gustó era la Space Mountain, subimos 4 veces, dos de ellas seguidas (hubo un problema con la máquina de los pases rápidos, así que la encargada nos regaló otros jeje). Nos tocó 3 de las veces en el primer vagón, que desde luego merece la pena. Vimos la procesión de los personajes Disney, probé mi primera manzana de caramelo (sí, nunca había tomado una, y me gustó), intentamos sacar la espada del rey Arturo, recorrimos el laberinto de la reina de corazones…
                                         
Volvimos muy cansados, pero había sido un gran día. De camino paramos a cenar en un asiático que ponen boles enormes de noodles, todo muy rico y vuelta para casa.
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El domingo dormimos hasta tarde; bueno, Guillermo y yo, Eduardo, que es más atlético, se levantó a correr y volvió cuando aún no habíamos salido de la cama. Y vino con crepes para desayunar, que nos preparó con Nutella y caramelo mmmmm.
Fuimos a ver el Museo D’Orsay, que yo ya conocía, pero Guillermo y Xintra no, y al ser primer domingo de mes la entrada era gratuita (¿quién dijo que París era caro?). Pasamos allí unas cuantas horas, y a la salida era bastante tarde, así que ni Guillermo ni Xintra nos dejaron seguir viendo cosas si no comíamos algo. Paramos a tomar unas pizzas. Y seguimos a ver la librería Shakespeare, que me encantó. Y luego vimos Notre Dame y nos sentamos un rato en frente a que Eduardo nos contara cosas de la portada (que buscó en su móvil jeje). 
Seguimos paseando, pero empezaba a hacer fresco, así que acabamos merendando un té en el restaurante de un amigo de ellos (¿que adivináis cuánto nos costó? Sí, nos invitaron, ya decía yo que París era barato).
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El lunes Eduardo se pidió el día libre, y estuvimos dando un paseo por el centro, a los pies de la Torre Eiffel, montando en bici, visitando a una prima de ellos (y conociendo a su pequeña), viendo el centro Pompidou, comprando macarons, tomando unos cócteles (no muy buenos, por cierto; aunque también puede ser que no me gustaran porque se me ocurrió pedirme uno de café, que obviamente sabía a café y a mí no me gusta nada) en un bar super chulo, decorado con todo tipo de cosas frikis (Star Wars, videojuegos…). De hecho, nuestra mesa era un videojuego, tenía una pantalla en el centro y controles a cada lado, para jugar a juegos antiguos, la pantalla giraba según a qué jugador le tocaba. A Guillermo le encantó el sitio. Y por la noche cenita en un restaurante del centro.
                          
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El martes a Eduardo ya no le dieron día libre, así que nos fuimos solos a ver Versalles. De camino al metro nos cayó el diluvio universal y acabamos empapados, tanto, que al llegar a Versalles me tiré un buen rato pegada a un radiador para que se me secaran los pantalones, mientras nos tomábamos los bocadillos. Vimos sólo el palacio, ya que con la que estaba cayendo no creíamos que mereciera la pena el paseíto por los jardines, y se paga a parte, además, habíamos quedado en ir a recoger a Edu a la salida del trabajo y tampoco íbamos sobrados de tiempo. Ya volveremos. De hecho, mientras Eduardo siga viviendo allí, me gustaría ir a verle una vez al año (soñar es gratis, pero los vuelos no, así que ya veremos qué pasa).

Mientras salía del trabajo estuvimos dando una vuelta por la Defense y viendo tocar a un grupo español en un escenario que habían puesto en una explanada.
 
Y por la noche fuimos a cenar al indio. No a un indio, AL indio. Y es que este indio tiene historia. En 2005 mi hermana y yo fuimos a visitar a mi tía y mi prima que, por ese entonces, vivían en París. Y una noche nos llevaron a cenar a ese indio. No recordamos mucho de la comida, excepto que nos gustó. Pero el postre…ay, el postre! Era un pastel de sémola que nos gustó muchísimo. De hecho, una vez volvimos a Madrid nos pusimos a buscar la receta, las veces que hemos ido a comer a algún indio hemos querido pedírnoslo…pero no, no habíamos vuelto a comerlo. Antes de ir pregunté a mi prima si se acordaba cómo se llamaba o dónde estaba y hubo suerte, me mandó su página web. Y allí volvía yo, casi 8 años después a ver si ese pastel estaba tan bueno como yo recordaba. Y sí, me volvió a gustar mucho. Quizá no tanto como para estar 8 años pensando en eso jeje; pero el restaurante merecía la pena, todo estaba muy bueno. Así que además de pedirnos el pastel de postre, me pedí un par para llevárselo a mi hermana y que ella volviera a comerlo también.
Y aquí acaba nuestro viaje a París. Ya que el miércoles sólo nos quedaba levantarnos y volver a Madrid.
                               


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