El primer gran viaje de este año ha sido a
París. Era un viaje que teníamos pendiente hace un tiempo y por fin llegó.
Eduardo lleva allí un año y medio, y llevábamos todo ese tiempo prometiéndole
que iríamos, pero entre la(s) boda(s) y el cambio de trabajo, no fue posible
antes.
El tiempo este año está siendo un horror, no
parece que vaya a terminar de llegar el buen tiempo nunca, así que en París nos
hizo el tiempo esperado, gris, nubes y un buen chaparrón. Mi recuerdo de París,
de la primera vez que estuve allá por 2005 con mi hermana, es de que era un
ciudad muy gris, sin sol, y esta vez, vuelvo con la misma impresión, aún no soy
capaz de entender por qué lo llaman la ciudad de la luz.
Como los dos conocíamos París, nos lo hemos
tomado con más calma, que también queríamos descansar, y hemos ido a sitios que
ninguno conocía (como Versalles) o caprichos (como Eurodisney).
Fuimos al aeropuerto directamente desde el
trabajo y llegamos allí sobre las 8, Eduardo nos esperaba en el metro, dejamos
las cosas en su casa y nos fuimos a cenar a un sitio donde hacían
fondue de queso, muy rico todo; buen comienzo de viaje. Después salimos con los
amigos de Edu y después a dormir, que el sábado tocaba madrugar.


Costó despertarse, pero siempre se levanta
uno con ganas si el plan es bueno, ¡y a nosotros nos tocaba día Disney!


Fue un gran día, hacía fresco, pero íbamos
bien abrigados, y así había menos gente en el parque. Como allí todo es caro,
nos compramos unos bocadillos antes de ir (que luego tuvimos que pasar dentro
del abrigo, porque las mochilas las pasan por un escáner en la entrada del
parque).
Una amiga de Eduardo que trabaja allí nos
regalaba 3 entradas, así que sólo teníamos que comprar una, entre 4 no era
tanto gasto, pero aún así, Disney es muy caro, la entrada de día costaba 80€.
Así que tocaba hacer cola,y mientras estábamos allí, nos regalaron una entrada. Las nuestras
eran con “fast pass” (es un pase rápido para las atracciones, se reserva una
hora y casi no hay que hacer cola para entrar), pero si la cuarta era regalada
no le íbamos a hacer ascos. Por si acaso, probamos y, sí, era nuestro día de
suerte, la cuarta entrada también era con “fast pass”.


Montamos en un montón de cosas, pero la que
más nos gustó era la Space Mountain, subimos 4 veces, dos de ellas seguidas
(hubo un problema con la máquina de los pases rápidos, así que la encargada nos
regaló otros jeje). Nos tocó 3 de las veces en el primer vagón, que desde luego
merece la pena. Vimos la procesión de los personajes Disney, probé mi primera
manzana de caramelo (sí, nunca había tomado una, y me gustó), intentamos sacar
la espada del rey Arturo, recorrimos el laberinto de la reina de corazones…


Volvimos muy cansados, pero había sido un
gran día. De camino paramos a cenar en un asiático que ponen boles enormes de
noodles, todo muy rico y vuelta para casa.
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El domingo dormimos hasta tarde; bueno,
Guillermo y yo, Eduardo, que es más atlético, se levantó a correr y volvió
cuando aún no habíamos salido de la cama. Y vino con crepes para desayunar, que
nos preparó con Nutella y caramelo mmmmm.
Fuimos a ver el Museo D’Orsay, que yo ya
conocía, pero Guillermo y Xintra no, y al ser primer domingo de mes la entrada
era gratuita (¿quién dijo que París era caro?). Pasamos allí unas cuantas
horas, y a la salida era bastante tarde, así que ni Guillermo ni Xintra nos
dejaron seguir viendo cosas si no comíamos algo. Paramos a tomar unas pizzas. Y
seguimos a ver la librería Shakespeare, que me encantó. Y luego vimos Notre
Dame y nos sentamos un rato en frente a que Eduardo nos contara cosas de la
portada (que buscó en su móvil jeje).
Seguimos paseando, pero empezaba a hacer
fresco, así que acabamos merendando un té en el restaurante de un amigo de
ellos (¿que adivináis cuánto nos costó? Sí, nos invitaron, ya decía yo que
París era barato).
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El lunes Eduardo se pidió el día libre, y
estuvimos dando un paseo por el centro, a los pies de la Torre Eiffel, montando
en bici, visitando a una prima de ellos (y conociendo a su pequeña), viendo el
centro Pompidou, comprando macarons, tomando unos cócteles (no muy buenos, por
cierto; aunque también puede ser que no me gustaran porque se me ocurrió
pedirme uno de café, que obviamente sabía a café y a mí no me gusta nada) en un
bar super chulo, decorado con todo tipo de cosas frikis (Star Wars,
videojuegos…). De hecho, nuestra mesa era un videojuego, tenía una pantalla en
el centro y controles a cada lado, para jugar a juegos antiguos, la pantalla
giraba según a qué jugador le tocaba. A Guillermo le encantó el sitio. Y por la
noche cenita en un restaurante del centro.



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El martes a Eduardo ya no le dieron día
libre, así que nos fuimos solos a ver Versalles. De camino al metro nos cayó el
diluvio universal y acabamos empapados, tanto, que al llegar a Versalles me
tiré un buen rato pegada a un radiador para que se me secaran los pantalones,
mientras nos tomábamos los bocadillos. Vimos sólo el palacio, ya que con la que
estaba cayendo no creíamos que mereciera la pena el paseíto por los jardines, y
se paga a parte, además, habíamos quedado en ir a recoger a Edu a la salida del
trabajo y tampoco íbamos sobrados de tiempo. Ya volveremos. De hecho, mientras
Eduardo siga viviendo allí, me gustaría ir a verle una vez al año (soñar es
gratis, pero los vuelos no, así que ya veremos qué pasa).

Mientras salía del trabajo estuvimos dando
una vuelta por la Defense y viendo tocar a un grupo español en un escenario que
habían puesto en una explanada.
Y por la noche fuimos a
cenar al indio. No a un
indio, AL indio. Y es que este indio tiene historia. En 2005 mi hermana
y yo fuimos a visitar a mi tía y mi prima que, por ese entonces, vivían en
París. Y una noche nos llevaron a cenar a ese indio. No recordamos mucho de la
comida, excepto que nos gustó. Pero el postre…ay, el postre! Era un pastel de
sémola que nos gustó muchísimo. De hecho, una vez volvimos a Madrid nos pusimos
a buscar la receta, las veces que hemos ido a comer a algún indio hemos querido
pedírnoslo…pero no, no habíamos vuelto a comerlo. Antes de ir pregunté a mi
prima si se acordaba cómo se llamaba o dónde estaba y hubo suerte, me mandó su
página web. Y allí volvía yo, casi 8 años después a ver si ese pastel estaba
tan bueno como yo recordaba. Y sí, me volvió a gustar mucho. Quizá no tanto
como para estar 8 años pensando en eso jeje; pero el restaurante merecía la
pena, todo estaba muy bueno. Así que además de pedirnos el pastel de postre, me
pedí un par para llevárselo a mi hermana y que ella volviera a comerlo también.


Y aquí acaba nuestro viaje a
París. Ya que el miércoles sólo nos quedaba levantarnos y volver a Madrid.


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